De cajón: formas de leer la moral de los comunistas

“No hay que juzgar un libro por su cubierta”, reza una especie de refrán yanqui medio pavote. En este caso, sin embargo, la frase cobra un relieve inesperado. El libro, que compré en un lote bastante trash a un vendedor de la calle, se presenta a nuestros ojos con esta apacible apariencia:

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Se trata, como el amable lector puede comprobar, de una libreta de pagos de una inmobiliaria.

Una mirada más atenta nos muestra que el relieve que funciona como marco (engofrado, que le dicen) se interrumpe en la parte superior, como si hubiera sido prolijamente recortado. El dorso de la tapa (retiración de tapa, que le dicen) nos da más pistas de su origen:

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Allí aparecen los datos de un lote en Laferrere (en la calle Sin Nombre entre Varela y Paz) y el detalle de la cuota de pagos.

Pero estos detalles anodinos terminan aquí, lo que cubre esta inocente fachada es este libro:

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Se trata de La moral de los comunistas, Buenos Aires, Editorial Anteo, 1965. “Componen este libro – dicen los compiladores – una serie de artículos, notas, cartas y fragmentos de diarios íntimos, que reflejan los ideales de la moral comunista”. Efectivamente, el texto es una heterogénea colección de fragmentos que va de los padres fundadores (Marx, Engels, Lenin hasta figurones soviéticos hoy olvidados (Kalinin, Kirov, Krupskaia). No hay ningún texto de Stalin.

Pero lo que nos interesa de este libro no es el texto en sí, sino las operaciones que nuestro anónimo lector realizó sobre la materialidad del libro. Para comenzar, la misma encuadernación llama la atención. El trabajo es rústico pero cuidado.  Cortó concienzudamente el cartón de la libreta para que coincida exactamente con el bloque del libro (dejando una mínima y calculada ceja), improvisó un lomo en tela que sigue sosteniendo el libro a pesar de los años, y pegó todo muy prolijamente.

Lo primero que surge al ver esta pieza de artesanía lectora es la pregunta por su hacedor: ¿quién se tomó todo ese trabajo y por qué? Se me ocurren dos hipótesis. Uno: se trató de un empleado de la inmobiliaria que decidió enmascarar sus lecturas subversivas para poder leer tranquilo mientras visitaba a los clientes / deudores. Dos: se trató del deudor, del trabajador que compró ese terrenito en un barrio popular, en cuotas, y decidió usar el símbolo de su explotación para encubrir una de las herramientas para la destrucción del mismo sistema que lo agobiaba, como quien envuelve, amorosamente, una molotov para regalo. Por diversas razones (estéticas, sobre todo), me inclino por la opción dos. También, por diversas razones, me inclino a pensar que es un lector, no una lectora. Aunque quizás esto sea un prejuicio.

Sigamos. Casi todos los libros tienen algunas páginas en blanco al comienzo (hojas de respeto, que le dicen). Nuestro lector aprovechó ese espacio para escribir de puño y letra, a modo de  proemio (¿de Génesis?), en rojo barricada, la siguiente crónica, que transcribo, si el autocorrector lo permite, siguiendo la ortografía y la puntuación original:

1º de Mayo 1887 estalló en Chicago la huelga general orientada por la unión de obreros. El reclamo principal era la instauración de la jornada laboral de ocho horas. El movimiento alcanzó grandes proporciones. Tres días después de del comienzo del paro, la organizacion obrera convoco a un gran acto en Hakmarket. La reprecion fue brutal: la polisia ametralló a l multitud, sin respetar siquiera a los chicos. Los huelguistas se defendieron, hubo lucha y también entre los represores se contabilizaron caídos.

Bajo la precion de los empresarios, los tribunales achacaron a ocho dirigentes sindicales la responsavilidad de los sucesos. La condena devía ser ejemplar: la horca. El proseso fué una tragica farza y Augusto Spies, Alberto Parsons, Jorge Engel, y Adolfo Fischer murieron colgados. Oscar Neebe resibió una pena de quince años de prisión y Miguel Jehwab y Manuel Fielden zafaron de la horaca, pero fueron condenados a prisión perpetua. Luis Lingg, otro de los procesados se suicidó entre rejas.

“ELLOS FUERON LOS MÁRTIRES DE CHICAGO”

Augusto Spies, fogoso orador revolucionario y director del periódico Arbeiter Zeitung, se plantó ante la horca en el minuto final y exclamó:

“Tiempos habrá en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy se acallan con la muerte”.

!!Bravo!!  !!Carajo!!

El congreso reunido en París, es decir; internacionalista en 1889, en respuesta a la masacre; resolvio convocar o hacer un llamado a la comunidad trabajadora mundial a una jornada de lucha el 1º de Mayo. Así sucedió a partir de 1890.

De nuevo, llama la atención la inclusión de este texto cuya pertinencia con el resto del libro es más bien difusa. O no, porque – y aquí adelantamos nuestra hipótesis – creemos que las múltiples intervenciones que nuestro lector realiza sobre este libro modifica su lectura. Construye, por así decirlo, otro texto; mucho más interesante, por cierto. De hecho el tono épico de este comienzo contamina el didactismo moralista del libro y le da otro aliento.

Muchas de sus intervenciones, por ejemplo, agregan énfasis y emoción a la prosa más anodina. Los “¡Bravo! ¡Carajo!” y los “Cierto” intercalados profusamente en el texto reescenifican la situación de enunciación, nos sacan del tono intimista de la carta o el texto didáctico y nos colocan en la tribuna o en el mitin. El enfático vuelve oral el texto escrito, uno no puede dejar de imaginar esos textos pronunciados por algún orador más o menos carismático ante un público entusiasta.  Me resulta irresistible la imagen del trabajador que, escondido tras los cartones de una libreta de pagos, reconstruye en la soledad de la lectura la asamblea que destruirá el sistema que lo oprime.

Los folletos anarquistas y socialistas de principios del siglo XX instaban a sus lectores a hacer circular los textos luego de ser leídos. “La propiedad es un robo; – rezaba un folleto anarquista de 1900 – quien después de leer este folleto se lo guarde es un ladrón”.  El formato libro supone un lector, digamos, más “burgués”, con biblioteca y acumulación de capital simbólico. Sin embargo, nuestro lector inscribe, en el propio libro, su circulación, entablando un diálogo con un futuro lector.

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A veces la intervención apunta a una reorganización del texto escrito, una unión y división de capítulos diferente a la de los editores originales.

David Viñas decía que cada vez que escuchaba “La Internacional” le venían unas ganas irresistibles de traducirla: el lenguaje más bien solemne del que debía ser el himno de los oprimidos del mundo difícilmente interpelaba al trabajador real. Nuestro lector sería un buen candidato para esa tarea: varias veces completa el sentido de una frase con un comentario que traduce, en lengua popular, su sentido más profundo.

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Otras veces el diálogo que establece con el impreso expresa dudas, ironías e, incluso alguna sorprendente referencia culta.

¿Qué significa leer? ¿Qué operaciones ponemos en práctica cuando nos relacionamos con un texto escrito? Hoy, cuando leer amenaza ser el paseo inocuo por límpidas pantallas, nos conmueve especialmente las intensidades con que este lector inscribía, en la materialidad del libro, sus pasiones intelectuales. Nosotros, a quienes el paso por alguna instancia educativa nos acostumbró a medrosos subrayados o algún comentario mnemotécnico en los márgenes (práctica que, incluso, se va atenuando  o perdiendo con el tiempo) sentimos algo de nostalgia de lo no vivido en estos énfasis, en estas irrespetuosas alteraciones del texto recibido. También, el necesario ocultamiento del cuerpo del delito entre las inocentes tapas de una libreta de pagos nos habla de una potencia subversiva del escrito que hoy está irremediablemente perdida en la proliferación digital de textos sin cuerpo.

Por supuesto, no estamos de acuerdo con la mayoría de las ideas que aparecen en el libro original: la moral de los comunistas, con sus invectivas a conductas “desviadas” y su apelación a la mesura y al sacrificio, no difiere demasiado de la moral burguesa que aspiraba a reemplazar. El libro es un texto estatal, es su lectura en otro contexto (la Argentina de los años 60 o 70) lo que lo vuelve interesante y hasta subversivo.

De todas maneras, no podemos sino estar de acuerdo con, por ejemplo, el párrafo subrayado pero, sobre todo, con el lunfardesco comentario de nuestro anónimo lector:

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